Foto: Alejandro Sanabria. |
Caballero, esa es la palabra con la que sus amigos describen al uruguayo Héctor Walter Búrguez. Y no solo en la vida personal, en la cancha también lo fue. Fueron pocos los agravios que tuvo el ex arquero de Millonarios mientras fue futbolista. Es más, los que se recuerdan, lo tenían a él como víctima, como en el 2003, cuando Palmira Salazar le fracturó la muñeca y algunos dedos de la mano derecha. No había más cambios en Millonarios, nadie quería meterse al arco (o eso cuenta el uruguayo) y él, por amor al equipo o por un lapsus de estupidez, causado tal vez por el golpe, decidió quedarse en la cancha, adolorido, mientras su contrincante parecía no importarle. La hinchada azul gritaba en la tribuna “Salazar, Salazar, hijo de… Salazar” y este respondía con aplausos y señales de aliento hacia la tribuna. A pesar de eso, Búrguez cuenta que no hay rencillas hacia él, que fue una jugada fortuita en donde dio un rebote muy largo, los dos fueron a buscar el balón y él recibió la peor parte. Lo comenta sin ningún odio ¿Y ya qué importa? Al final de ese partido salió como un héroe.
Acepta entrevistas de todo el mundo, hasta de estudiantes de periodismo, eso ya dice muchas cosas. Sin embargo, no siempre está dispuesto a atender a todo el mundo. Comenta que cuando anda triste, con la cara larga, no le quiere hablar a nadie, ni siquiera a su esposa, Graciela. Pero ¿Qué tipo de tristezas? “Esas tristezas que daban cuando perdía los partidos”, dice. Aunque la mayoría de veces está alegre, pasando el tiempo entre la escuela de fútbol que montó en Bogotá y el sol de su vida, su familia. La caballerosidad de este personaje se traslada justamente a ahí, a su familia. Tiene tres hijos: Santiago, Valentina y Bruno y, como él mismo se define es un alcahuete. La que lleva la mano dura en la casa es Graciela, a él no le nace ese tipo de cosas, la nobleza que mostraba en las canchas la refleja en su vida personal.
Su amor al fútbol nació gracias a su padre ya fallecido, Hugo Búrguez. A él le gustaba el fútbol, lo llevaba de pequeño a la cancha. Don Hugo fue el gran participe de que Héctor siguiera en el deporte. Claro, había que hacerle la pregunta: ¿Por qué arquero? “Se nace para ser portero, siempre tuve unos guantes, unas rodilleras y un buzo de arquero. Sí, es un puesto injusto pero alguien lo tiene que hacer.”
Pasó por seis equipos: Club Progreso (donde debutó en el año 1988 y se retiró en el 2007),Club Monarcas de Morelia (en 1994, donde lo dirigió Antonio “Tota” Carbajal, aquero que jugó 5 veces el campeonato mundial), Rampla Juniors (1997), Millonarios (1997- 1999 y 2002-2005), allí consiguió junto al equipo las 29 fechas de invicto, record que ningún equipo ha podido arrebatarle al conjunto ‘Embajador’), Bucaramanga (2000), Huila (2001). Solo tuvo dos títulos en su vida, ambos con el Club Progreso. En 1989 consiguió el título de la primera división del fútbol uruguayo, nada mal para un equipo chico, y en 2006 hizo lo mismo, pero esta vez en la segunda categoría.
Foto: Alejandro Sanabria. |
No le gusta rechazar una invitación. Hace poco, antes de su partido de despedida en El Campín, un grupo de hinchas de Millonarios lo invitaron a un asado en una casa para hacerle un homenaje, él no tuvo ningún inconveniente en participar. Durante el festín se pudo ver su timidez. Cuando llegó, fue saludando uno a uno a las personas que se encontraban presentes, un tanto avergonzado iba abrazando a cada uno de ellos. El asado pasó rápidamente, Búrguez contó algunas historias de su paso por el club azul, recibió una placa conmemorativa por parte de los hinchas, soltó unas lágrimas y se retiró, pues tenía que comentar por radio un partido de Santa Fe. Se fue, no sin antes asegurar que los esperaba a todos en los terrenos en donde se encuentra su escuela para retribuirles el asado y jugar un partido de fútbol.
Es sin duda alguna el referente más grande que ha tenido Millonarios en los últimos tiempos. Es que es fácil ser ídolo teniendo a Di´Stefano, Vanemerak, Iguarán, Rossi, Funes o a Willinton Ortíz de compañeros; lo difícil es hacerlo teniendo al lado a jugadores como Martín Perezlindo, Facundo Imboden o Jesús Di Felippe. Sí, Di Felippe, ese mismo, el que protagonizó un comercial junto a Oscar Julián Ruíz. El mismo que Búrguez acogió en su casa porque el joven argentino no tenía dónde quedarse. Eso es lo rescatable, el uruguayo fue ídolo cuando todo era oscuro en el camino de Millonarios.
Por cosas como la anteriormente nombrada, sus allegados lo consideran un gran amigo. Él mismo lo confirma, “soy un amigo que siempre está, cuando precisan de mí siempre estoy. En un tiempo pasado, cuando precisé de mis amigos, ellos estuvieron” ¿Cuál tiempo pasado? Él no habla del tema. En el 2011 Búrguez fue acusado, junto a su esposa, de estafa en Uruguay. Lo acusaron de ser parte de una banda que manipuló sorteos de vehículos, su esposa o él eran seleccionados como ganadores en los supuestos concursos que se realizaban en diferentes establecimientos comerciales. Fue capturado en el aeropuerto de Carrasco cuando regresaba de Bogotá tras jugar el partido de despedida de Bonner Mosquera.
En una entrevista realizada en ese tiempo dijo: “es difícil explicar lo que nos ha pasado, a veces uno comete errores y debe afrontar lo que venga [...] Me equivoqué, lo reconozco, la cabeza me trabaja a mil, ya lo cometí y debo afrontarlo con entereza […] A veces no duermo de pensar de la idiotez que cometimos, no tenía por qué ensuciarme, tengo un buen pasar económico y caímos en esto tan feo."
Al parecer no le gusta traer a colación esa situación. Prefiere hablar de otros temas, como la escuela de fútbol que creó junto a Rafael Escobar, ex jugador de Millonarios. También le gusta hablar de su sueño de ser director técnico, preferiblemente del equipo azul, aunque eso no es un condicional para cumplirlo. No tendría inconveniente en dirigir otras escuadras. En Uruguay ya hizo parte del cuerpo técnico de Liverpool, donde duró 3 años. Durante ese tiempo trabajó con el equipo mientras hacía un curso como director técnico. También trabajó en Racing donde duró 8 meses. En ambas escuadras trabajó como preparador de arqueros. Hace poco lo invitaron a ser parte nuevamente de Liverpool, decidió no aceptar la invitación porque su objetivo está manejar la escuela de fútbol y dirigir un equipo en el fútbol colombiano. Ahora se encuentra en Uruguay esperando una oportunidad de trabajo en el país para poder arreglar todo y regresar a Colombia.

Así es Héctor Walter Búrguez Balsas, el uruguayo que llegó a Colombia siendo un desconocido y que poco a poco se fue metiendo en el corazón de una de las hinchadas más grandes y exigentes del país, la del equipo azul. Cuánto amor tiene que haber hacia el fútbol como para haberle dedicado toda la vida a él y seguir queriendo hacerlo, sin importar los desagravios. Como el que pasó en Millonarios cuando Juan Carlos López era el presidente. Durante un partido contra Envigado se rompió el ligamento del codo derecho, López no tuvo reparo en dejar que se terminara su contrato y dejarlo ir como si nada, lesionado y sin equipo.
Aunque para él son más las gracias que tiene que dar al equipo Embajador, más exactamente a su hinchada. Los seguidores azules reconocen el amor que Búrguez tuvo hacia el equipo. Ese, el que no solo demostró en la cancha, sino fuera de ellas. Como cuando Millonarios estuvo atado a la ley 550 y para poder quedarse en el equipo, tuvo que reducir su sueldo en un 40% y entregarse al máximo para poder acompañar a los jóvenes de la cantera que lo acompañaban. O con la alegría que sintió, a la distancia, cuando Millonarios por fin consiguió la estrella 14. Cuenta que estaba muy alegre, pero a la vez tenía envidia de Luis Delgado, él hubiera dado todo por atajar ese penalti que le dio el título al equipo de sus amores. Pero para la hincha no fue importante que Búrguez obtuviera un título con el equipo, le reconocen su constancia y amor a la institución, por eso, en su partido de despedida le corearon la canción que surgió hace más de diez años: “uruguayo, uruguayo, uruguayo sos un dios. Desde que a Millos llegaste, no le comemos al gol”.
Por: Alejandro Sanabria.
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